domingo, 28 de julio de 2013

HOY NECESITO VOLVER A AQUEL “LOS ANIMALES Y SUS VOCEROS”




Entre las múltiples secciones que realicé durante mi permanencia en “Croniquita”, suplemento infantil del diario “Crónica” de Buenos Aires, hubo una con significación especial, por lo que constituía anímicamente y por el significado que siempre tuvieron para mí sus protagonistas; la sección se titulaba Los animales y sus voceros.
¿Por qué esta evocación después de muchos años de estar desvinculado de aquel medio? Tal vez por la necesidad imperiosa de reeditarla una vez más, para relatar una historia demasiado reciente, que me duele doblemente por estar sensibilizado de antemano, tras esa dolorosa necesidad que se plantea a veces, de llamar al veterinario para poner fin al sufrimiento de un animal, en este caso una gata llamada Monona, recogida hacía más de diez años, a la que un cáncer incurable había terminado de comerle el hocico.
Aunque no es ésta la historia a relatar, si bien estuvo ligada cronológicamente a la de otros dos gatos, un macho y una hembra, que había empezado un mes antes, cuando el gato irrumpió un anochecer en la casa, introduciéndose en las habitaciones por la hendija de la puerta entreabierta que daba al pasillo del frente. Se lo pudo convencer de retornar al pasillo en el que se le improvisó una morada, suministrándosele agua, leche y comida en el mismo lugar. Era un gato de buen tamaño, de aproximadamente ocho años, y al parecer, castrado. Del otro lado de la casa, en la parte posterior, moraban ya, desde hacía años, cuatro gatas y un gato.
El nuevo huésped no tardó en querer conocerlos, y después de alguna inevitable reprimenda ante algunos gestos hostiles iniciales, “El Rubio” (como se comenzó a llamarlo) se integró a ellos sin problemas, mudándose él también a la parte de atrás.
La armonía solo era alterada de tanto en tanto por un gato de la vecindad que en sus merodeos, se encarnizaba preferentemente con el nuevo huésped.
La compensación de estos contratiempos, la tuvo El Rubio a partir del conocimiento de una gatita vecina inmediata –Barekai la llamaban-, también castrada, con la que surgió un verdadero amor platónico (como no podía ser de otra manera). Ella se sentaba en el borde de la pared medianera, y él desde el techo de una de las habitaciones de su adoptada residencia, la contemplaba largamente, hasta que se trasladaba a la medianera, y juntos recorrían el techo de ambas viviendas.
El sábado 20 de julio a primera hora de la mañana, El Rubio fue sorprendido cerca de la puerta de la ahora su casa, por el gato agresor de la vecindad, y sin disposición a enfrentarlo, en vez de correr hacia el interior, lo hizo hacia la calle, siendo alcanzado de lleno por un vehiculo que no alcanzó a truncar su cerebro como el resto de su cuerpo, por lo que El Rubio asistió consciente a su traslado por la dueña de casa desde la esquina hasta el umbral en el que había tenido su morada en los primeros días, y en pocos minutos se convertiría en testigo de sus últimos momentos. Antes de que llegara el veterinario –que igualmente no hubiera podido hacer otra cosa que evitar la prolongación de su agonía- los ojos de El Rubio que solían extasiarse contemplando a Barekai, se pusieron vidriosos y su cabeza se inclinó más, ya definitivamente, contra el umbral.
Barekai no había estado junto a él, cuando apareció el gato agresor; no había visto cuando lo atropelló el coche; no fue testigo de su traslado a la casa estando ya su cuerpo exánime. Y lo esperó. Y lo buscó… durante la tarde del sábado, todo el domingo, todo el lunes. Aún esperaba verlo aparecer sin imaginar de dónde; y el martes se instaló debajo de uno de los coches estacionados en la vereda vecina. Su pensamiento no estaba allí; ni en los sonidos que la rodeaban. Por eso no alcanzó a entender qué estaba pasando cuando el coche fue puesto en marcha y se sintió absorbida y destrozada por dentro mientras por fuera su hermoso pelaje claro era teñido por manchas de grasa y aceite e infinidad de gotas rojas de su sangre. Su cuerpo inerme quedó tendido en la calle junto al cordón de la vereda, hasta que fue advertido y retirado de allí para ser enterrado después.
El poeta francés Francis James imaginó un “paraíso de los asnos”; Helvio Botana estaba convencido que los perros tienen alma y su vida espiritual se prolonga más allá de la vida terrena… ¡Qué bueno sería poder imaginar  que el gato El Rubio y la gatita Barekai transitan juntos techos en otras dimensiones, olvidados ya de los respectivos coches que truncaron sus paseos terrenales volviendo absurdamente trágica su hermosa historia de amor!

Oscar Vázquez Lucio
21 de julio de 2013 

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